Fiesta Barroca
Localidad: Lerma
Fecha: Primer fin de semana de Agosto
En el S. XVII España fue un país de contrastes: de grandezas y de miserias, de esplendor político y de bancarrotas económicas, de decadencia demográfica y de florecimiento artístico, fue el Siglo de Oro de las letras y de artes plásticas. En el siglo XVI Carlos I y Felipe II quisieron imponer con las armas la hegemonía de España en Europa. El Duque de Lerma, valido de Felipe III, se empeñó en mostrar la grandeza española, impresionando a los embajadores extranjeros con aquellas grandes fiestas, que ocultaron por algún tiempo la decadencia de una nación agotada por las guerras del siglo anterior.
Fiestas atractivas para todos, quizás los únicos actos en los que participaban el pueblo y la nobleza. Como espectadores se encontraban la nobleza e intelectualidad y las gentes de la comarca, que en estos días acudían masivamente a Lerma. También intervenían como actores. Los nobles más importantes de la Corte se empeñaban en mostrar su valentía y habilidad en el juego de cañas. Los pueblos de Lerma, Gumiel del Mercado, Santa María del Campo, Quintanilla de la Mata... preparaban mascaradas para engrandecer la fiesta y alagar al Duque. El escenario eran las calles y plazas del pueblo, adornadas con banderas, colchas, estandartes y tapices. En ellas se articulaban arquitecturas fijas con emblemas, arcos pirámides... casi siempre espectaculares y con simbología.
Se repiten los personajes y elementos que intervienen en el cortejo. No solían faltar los diablillos, que atemorizaban con sus cabriolas y golpeaban al público con vejigas de cerdo o zurriagos. Los espectadores participaban en la representación, insultando a quien tanto odiaban, como temían. Malabares de fuego y zancudos escoltaban a la tarasca, figura monstruosa y símbolo del mal, que provocaba las iras del espectador. A continuación y acompañando a músicos y danzantes llegaban los gigantones, representando a las distintas razas del mundo que se unen al homenaje. En las fiestas importantes no faltaban los carros triunfales, en los que se construían complicadas alegorías o personajes mitológicos ostentosos y ocasiones representaciones jocosas.
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